Alumna virgen se declara a su profesor

Alumna virgen se declara a su profesor

Alumna virgen se declara a su profesor

Mírame a los ojos y dime que no has sido tu…

No sé de qué estás hablando – mi mirada estaba clavada en el suelo y no me atrevía a verle, sabía que si lo hacía me delataría inmediatamente.

Michelle…

Él tomó suavemente mi mentón y lo subió en un intento de descifrarme, pero mis ojos seguían clavados en su camisa. No quería enfocarme en esos ojos azul oscuro porque de alguna manera sentía que me leían el alma en un segundo. Escuché un suspiro de decepción y sus dedos dejando ir mi cara, un silencio denso se apoderó de mis oídos, como si fuera más estridente que los ruidos lejanos de mis compañeros de clase riendo en los pasillos. No movía ni un músculo y yo seguía clavando la mirada en su corbata y tratando de hipnotizarme con los patrones repetitivos que la adornaban. Así transcurrió lo que me pareció una eternidad, hasta que la puerta finalmente se abrió y entró la asistente de enseñanza con un montón de trabajos recién corregidos.

Profesor, ¿donde pongo estos?

Gracias Berta, ponlos sobre el escritorio…

Yo que pensé que esta interrupción me salvaría, me di cuenta horrorizada de que él no se movía y podía sentir su mirada penetrante como un láser en mi cabeza aún inclinada. De algún modo Berta entendió que no era un buen momento y dejó rápidamente los papeles donde se le indicó y salió inmediatamente dando un ligero portazo sin intención.

Necesito saberlo… de otro modo tengo que reportarlo a la dirección, este tipo de cosas no se pueden tomar a la ligera, me puedo meter en un lío muy grande si no lo hago. Pero si tú confiesas… podemos tener una conversación y no tiene porque salir de esta oficina.

Mi silencio persistía, más por una parálisis que porque no quisiera decirle la verdad. Se metió una mano en el bolsillo interior de la chaqueta y sacó un papel arrugado, con lo que era indiscutiblemente mi caligrafía que cualquier a de mis maestros podría identificar sin ningún problema. ¿Podría de verdad negarlo cuando en ese mismo instante sus dedos se deslizaban entre los trabajos recién entregados y encontraban pronto mi ensayo, escrito en la misma tinta, con las mismas ies y las mismas erres, con las vírgulas de las eñes que no necesitaban de un genio grafólogo para saber que eran las mismas.

Aplanó lo más que pudo el pedazo de papel que un día antes había arrugado y tirado a la basura de su salón de clases. Y con el tono más imperativo que le hubiera oído jamás a este profesor, normalmente tan afable y relajado, espetó:

Léelo en voz alta…

Pero…

Si no has sido tu, no te importará leerlo… ¿no crees?

Entre la espada y la pared, de alguna forma me era más sencillo obedecer que trátate de pensar en cómo me iba a salir de este lío. Leí, con un hilo de voz:

“ No puedo dejar de pensar en ti, en tus deliciosos labios cuando hablas de Parménides o Hegel, en tus brillantes ojos cuando te quitas las gafas para enfatizar un punto. Quisiera sumergirme en esa mirada profunda, sentir tu suave aliento en mi cuello y deslizar las yemas de mis dedos por tus cabellos negros. Quiero sentir tu delicado aroma llenar mis pulmones… “- paré para tomar un respiro y tratar de que no se me quebrara la voz – “mientras tu sexo llena el mío… “- esto último fue casi un susurro, podía sentir como mis mejillas se encendían febriles de vergüenza y de excitación. No podía creer que estuviera verbalizando mis más oscuros deseos al objeto de mi deseo, con apenas unos centímetros de distancia… oliendo su perfume y sintiendo que mi vulva palpitaba empapando mis bragas.

Continúa – ordenó.

“Quiero susurrar tu nombre, mientras me haces tuya… que beses cada centímetro de mi cuerpo y me dejes adorar al tuyo con mis labios…”

Paré, pero esta vez no por cómo me palpitaba el corazón o los labios mayores… me detuve porque noté un claro bulto que se estaba formando en su pantalón y que había crecido considerablemente. Entonces por primera vez desde que entré a la oficina, me atreví a mirarle a la cara… en lugar de el rostro afable y apacible al que estaba acostumbrada encontré una mirada severa, pero de alguna manera también brillante y llena de deseo. Ahora no podía voltear a ningún sitio, estaba perdida en esos ojos profundos. Él ya no dijo nada, no insistió en que siguiera leyendo. Yo dejé caer el papel al suelo completamente perdida en él y recordando lo que había visto en su pantalón.

quiero tener las semillas de tu cuerpo en el mío, como tengo las semillas de tus filosofías en mi mente… quiero saciarme con tu experiencia como tu cátedra sacia mi sed de conocimiento… – está era ya una confesión con todo su peso, pues el papel ya no estaba y las palabras brotaban de memoria de mis labios, mi respiración se agitaba…

¿Por qué lo negaste?

Miedo…

Tu prosa es limpia, tu ortografía impecable… ¿porque lo tiraste? – ahora sin tono era un poco divertido, un poco como el de alguien que intenta permanecer serio cuando cuenta un buen chiste. Su semblante se relajó y volví a reconocer a mi amado.

No me satisfizo… – ahora yo también estaba un poco envalentonada, porque ya estando la liebre fuera del sombrero, había que aprovechar la magia.

¿Ah no? ¿ Qué te habría satisfecho entonces?

Tú… tu retroalimentación… – dije sonriendo con un poco de picardía que no pasó inadvertida.

Pues ahora mismo te la daré… – su mirada intensa hizo que mi pulso se pusiera a mil y mis pobres bragas estaban completamente inundadas. – pondré una sugerencia para la conclusión…

Levantó el papel del suelo y tomó un bolígrafo, escribió algo al final del papel y luego puso una nota en l pete de arriba, como si fuera un trabajo calificado.

Puedes retirarte… – dijo poniéndome el papel en la mano – y esta vez no lo tires descuidadamente, que si lo encontré yo, lo encuentra cualquiera…

Si, profesor. – sentí un choque eléctrico cuando sus dedos rozaron los míos y justo iba a decir algo cuando el timbre de inicio de clases sonó.

Apreté el papel en mi puño como si fuera una gema preciosa y en cuanto me senté en clase lo abrí para ver que habría escrito:

“99% “

“Quiero verte en tu oficina hoy a las seis de la tarde, para demostrarte que no son solo palabras y que desde ahora solo te hablaré con la verdad”

No pude concentrarme en todo el resto del día, pensando esa conclusión propuesta que solo de pensarla, me sentía como en un sueño de aquellos que terminan en el peor momento.

Después de terminadas las clases tuve entrenamiento de tenis y mientras me duchaba contaba los segundos para poder verlo de nuevo. Con mis dedos empecé a tocarme discretamente, como si estuviera enjabonándome, pero en realidad estaba imaginando sus manos recorriendo mi cuerpo, sintiendo mis pezones erectos, acariciando mi sexo. Estaba demasiado excitada, pero tuve que apresurarme, ya que quedaba poco para las seis.

Me vestí con mi falda negra suelta, y una blusa blanca de botones, mis zapatos negros. Mientras me secaba el cabello imaginaba cómo el tocaría mi cabello negro y lacio con sus dedos, como sus labios envolverían los míos.

La hora llegó y yo estaba ya fuera de la oficina cuando la puerta se abrió. No dijo nada, pero se apartó de la puerta para darme paso, luego dio una mirada discreta fuera, pero no había nadie cerca.  Cerró la puerta con llave, las persianas ya estaban abajo.

Nos miramos por lo que se sintió como un siglo y  me di cuenta que éramos un par de cobardes esperando que el otro diera el primer paso. Mi corazón estaba completamente fuera de sí, y sentía que lo podría vomitar en cualquier instante, pero mis ganas de él eran más fuertes. Me aproximé a él lentamente, noté su respiración acelerada, mientras me acercaba a su oído y le decía

Aquí estoy… ¿qué más prueba quieres de que estoy perdidamente enamorada de ti?

El miedo lo sacudió y dio un paso para atrás.

Soy un idiota… ¡discúlpame! Nunca debí haberte pedido que vinieras… esto es un error…

¡No! No puede ser un error porque yo te vi… y creo que no te soy indiferente – no tengo idea de donde me salió la valentía, pero me acerqué a él y le planté un beso en los labios. Al principio se resistió, pero se rindió a mis labios, mordiéndolos, besándolos y ahora si completamente perdido en el beso más hermoso que jamás haya experimentado.

Yo había tenido dos novios, pero las cosas duraron poco tiempo y nunca pasamos de unos pocos besos bajados de tono y una vez uno de ellos me cogió una teta por encima de la blusa, pero yo le pedí que se detuviera y no pasó a más. Mi falta de experiencia no quería decir que no fuera yo muy sexual, pero nunca había sentido por nadie lo que sentía por él.

Cómo en mi prosa, sentí en ese momento su respiración en mi cuello y mis piernas empezaron a temblar, estaba demasiado excitada y no tenía intención alguna de aguantarme más.

Desabroché el primer botón de mi blusa y noté que su mirada se posaba entre beso y beso en mis generosos pechos enmarcados en mi lencería de encaje blanco. Ahora podía sentir esa deliciosa erección contra mi vientre a través de su pantalón y solo quería tocarla, pero me contuve un poco, porque no sabía cómo reaccionaría.

Nuestros besos eran cada vez más intensos  y decidí poner su mano en mi seno mientras me desabrochaba el resto de la blusa, él intentó detenerme con poco esfuerzo, pero en el fondo los dos sabíamos que no habría fuerza en el mundo que me lo impidiera. Mi brassiere quedó completamente expuesto y el tuvo que parar de besarme para apreciar lo que estaba pasando.

No podemos hacer esto… no quiero ni imaginar lo que podría pasar si…

Lo callé con otro beso mientras saturaba mi blusa al lado y me quedaba en el sostén blanco transparente con mis pezones rosas completamente erectos y visibles a través del fino encaje.

Pasó sus dedos suavemente por mi pezon izquierdo y me estremecí de placer, luego me dio un ligero pellizco el pezon y solté un gemido bajo. Él me sacó las tetas por encima del brasserie y empezó a besarlas suavemente  mientras me abrazaba y me acercaba a él. Cómo era bastante más alto que yo me levantó y me puso en su escritorio, dejándome un poco más accesible a sus cariños. Yo le desabotoné la camisa y la tiramos a un lado. Su torso desnudo me ponía muchísimo.

Abrió mis piernas y subió mi falda, parándose un momento para admirar mi tanguita de encaje a juego y sonriendo al pasar sus dedos por mi sexo y comprobar que estaba completamente empapada. Con sus dedos empezó a masajear mi vulva por encima de la tanga con suavidad y yo gemía lo más bajo que podía, mientras me estremecía de placer.

Quiero tenerte dentro de mi… – dije en voz casi inaudible mientras el me besaba y me tocaba.

¿Estás segura?

Si, por favor… hazme tuya.

Una ráfaga de ardor atravesó nuestros cuerpos cuando dije esas palabras, mientras el frotaba su pene erecto en mi vulva, aún enfundado en su pantalón pero distintivamente palpitante.

Le bajé el cierre del pantalón, que se deslizó al piso sin esfuerzo y me enfrenté a una verga enorme que casi reventaba su ropa interior. Esta vez fue él quien retiró la prenda, mientras yo me deshacía rápidamente de mi propia barrera de encaje.

Una vez más sentí sus dedos deslizarse por encima de mi clitoris con suavidad, pero ahora sin ningún obstáculo mi piel se estremeció hasta un punto increíble, el sonrió dulcemente al verme tan gozosa ante su tacto. Con mayor confianza acarició mis labios, llenando sus dedos con mis jugos que empezaban ya a escurrir por mi entrepierna. Yo gemía suavemente y cerré los ojos por un instante para concentrarme en la sensación tan deliciosa de tenerle así de cerca a punto de desvirgarme.

Cuando menos lo esperaba uno de sus dedos empezó a entrar en mi vagina, pero encontró algo de resistencia y un pinchazo de dolor me hizo temblar involuntariamente. Él me miró intensamente con un poco de  incredulidad.

¿Nunca has…? – yo negué levemente con la cabeza – pero… ¿estás segura de que…?

¡Si! Nunca había estado más segura en mi vida. Deseo que seas tú quien me enseñe el amor físico, porque ya me has también enseñado mucho del amor filosófico en tus clases y dentro de mi he descubierto el amor espiritual al escucharte y pensarte.

Tengo que confesarte que yo también he sentido lo mismo desde hace más tiempo del que me gustaría admitir, pero nunca pensé que tú también lo sentías… hasta que encontré esa carta…

Le besé intensamente, con toda la pasión que me embriagaba y sentí como él se abandonaba completamente a mi, poseído por los sentimientos recíprocos que se desbordaban.

Sentí la punta de su pene cerca de mi vulva, ahora acariciándola como momento antes habían hechos sus dedos, mi humedad lubricaba su glande y sus labios en mi cuello, sus manos aferrada a mis nalgas mientras me aproximaba más a él, a la orilla del escritorio. Mientras más frotaba su sexo con el mío, más rápido latía mi corazón y mi respiración acelerada se acompasaba con la de él.

Cuando empezó a penetrarme pegué un pequeño grito de dolor y el paró un poco preocupado.

¿quieres que pare?

No, por favor, no pares…

Entonces sentí una fuerte embestida y un dolor tremendo mientras su enorme verga me penetraba, pero esta vez no grité, solo me aferre fuerte a él que sacó lentamente su pene  cubierto de mis jugos mezclados con un poco de sangre. El ardor era un poco fuerte, pero conforme iba entrando y saliendo una y otra vez, fue mitigado por una sensación de gran placer.

De pronto era más fácil entrar y salir de mi y sus embestidas eran cada vez más rápidas y profundas, to sentía que me iba a partir en dos  pues su pene no me cabía completo por mas que intentara clavarlo. Sentía su glande golpeando sin mesura mi cervix y el dolor y placer que me producía son imposibles de explicar con palabras. Solo mis gemidos podían expresar ese dolor-placer mientras me follaba con todas sus fuerzas, como un animal salvaje. Yo sentía que me iba a desmayar, las piernas las tenía completamente temblorosas y sus dedos todavía hundidos en mis nalgas no me dejaban alejarme ni un ápice (no que hubiera querido hacerlo…). De pronto sacó su miembro de mi y me bajó del escritorio, tiró dos libros gordos en el piso y dándome la vuelta entendí que quería que me subiera ellos.

Ven, que quiero apreciar ese culazo que tienes mientras te follo.

Me inclinó sobre el escritorio subiéndome la falda hasta la espalda y dejando mis voluptuosos glúteos descubiertos. Entonces lo sentí de nuevo, buscando la entrada de mi vagina con impaciencia y fervor. Al encontrarla me penetró de un solo movimiento y una vez más sentí su verga gorda topando con mi cervix como si me fuera a desarmar. La velocidad era increíble, sus jadeos y sus manos firmemente en mis caderas, controlando cada movimiento me hacían sentir completamente a su merced, como una muñeca casi, pero la sensación era increíble. Su fuerza y su ímpetu me excitaban tanto, quería que siguiera destrozándome la vagina a  vergazos aunque sangrara, aunque doliera, aunque me temblara todo de cansancio y de placer.

¡Me voy a correr!

Córrete dentro de mi…

Pero…

¡Hazlo! ¡Por favor !

En ese instante mis deseos se cumplieron y sentí sus chorros de semen llenándome. Cuando sacó su pene todavía erecto, sentí ese líquido cálido y viscoso resbalar por mis piernas y mi excitación solo creció más. Él se sentó exhausto en su silla y yo me volví y le dije mientras me miraba a los ojos:

me encanta sentir tu semen escurriendo por mi vagina y mis piernas…

Su cara era como la de un lobo hambriento, que me jaló hacia el y me sentó en su pene que todavía estaba completamente duro y bañando en la mezcla de nuestros fluidos. Yo intentaba haber sentadillas sin bajar completamente, con un poco más de control en la profundidad, pero en un descuido me resbalé un poco y me ensarté con todo mi peso en su miembro. El dolor fue tremendo, porque ahora si me entró completo, pero al pararme inmediatamente salió otro tanto de sangre.

Adolorida, pero completamente ardiendo de excitación, seguí moviéndome cuidando de no volver a ensartarme completa. Estaba ya demasiado cansada, sin fuerzas en las piernas o los brazos que había usado para agarrarme de los reposabrazos de la silla. Él se dio cuenta y me pidió que me acostara en su chaqueta que tendió en el piso. Yo obedecí de inmediato me tendí boca arriba mientras él se me subía encima, abriéndome la piernas y dirigiendo su pene e hacía mi vulva. Una vez más jugueteó en la entrada y masajeó mi clitoris con su glande antes de volver a metérmelo con fuerza. Yo estaba en una especie de trance, casi desmayada de cansancio pero deseosa de que esto nunca fuera a terminar, de que siguiera embistiéndome y llenándome de su semen. Que me apretara las tetas, que me hiciera lo que quisiera.

Después de unos minutos una sensación me empezó a invadir, como si fuera a orinar, él me dijo que era normal que me dejara llevar. Así que le hice caso y tuve un maravilloso orgasmo, mientras el excitado de ver cómo me corría, eyaculaba por segunda vez dentro de mi, pero en lugar de parar siguió follándome desenfrenadamente. Pude sentir cómo se aproximaba otro delicioso orgasmo que me invadió por completo, tan intensamente que me desmayé por unos segundos.

¿Estás bien ? – dijo preocupado mientras me acariciaba la cara e iba sacando suavemente su miembro aún duro de mi.

Si… creo que si… no sé qué pasó…

Creo que tendremos que parar por hoy…

Yo asentí con un poco de pesar, pero la verdad era que mi cuerpo ya no aguantaba más.

Me ayudó a levantarme y me vistió con mucho esmero, poniéndome la blusa y abotonándolo con mucho cariño y cuidado. Luego tomó mis bragas y me dijo dulcemente

-Si no te importa, estás me las quedo yo…

Yo me reí y le dije que no creía que le quedasen tan bien como a mí. Nos soltamos una carcajada y se metió la prenda en el bolsillo del pantalón que se acababa de ajustar. Luego se puso la camisa y se iba a poner la corbata cuando se la arrebaté:

ojo por ojo… o más bien bragas por corbata…

¡Vale! Es toda tuya… como yo…

Le di un beso largo y lento, un beso lleno de secretos y de intimidad, completamente distinto de aquel primer beso, pero igualmente bello.

Este fue el inicio de mi historia con él… tal vez cuente algo más de nuestras  aventuras pronto.