Jovencita italiana cogida en sus vacaciones

Jovencita italiana cogida en sus vacaciones

Jovencita italiana cogida en sus vacaciones

El segundo día en Gran Canaria transcurrió con más tranquilidad. Después de la tarde de sexo que tuve con Sara, y tras tomar algo con ellas junto a la piscina de su hotel, me retiré al mío, me cambié de ropa para la cena y decidí terminar la noche de forma solitaria y tranquila, felicitándome por mi buena suerte.

Algo pronto para lo que suele ser habitual en este tipo de resorts me retiré a mi habitación para descansar. Había decidido que al día siguiente desayunaría pronto y me marcharía a la zona de Agaete, un pequeño pueblo precedido por unos espectaculares acantilados y, si había suerte y el día estaba despejado, con unas bonitas vistas de la isla vecina de Tenerife.

Además, quería escribirle a David y contarle, de forma muy resumida, cómo había terminado la tarde. Estaba seguro de que, sabiendo él cómo sabía, de la existencia de las 3 amigas y su insinuante invitación, estaría esperando que le dijese qué tal me había ido.

Entre en la habitación y me puse cómodo: es decir, me desnudé, quedando tan sólo con el bóxer, me tiré en la cama, encendí la televisión en un canal de música, y me dispuse a escribir a David.

No había terminado de escribir la primera frase cuando oí una fuerte discusión proveniente de la habitación contigua a la mía. Si no me equivocaba, debía de tratarse de la misma habitación dónde había habido bronca entre el padre y la hija durante la sobremesa.

Las voces volvían a ser en italiano. Estaba claro que, el afamado carácter de los italianos se estaba poniendo de manifiesto.

Pude escuchar claramente como la voz masculina decía: “sono stanco di te. Ti comporti come se fossi una puttana”. Una voz femenina y muy juvenil respondió algo así como: “tu non sei mio padre. Non hai il diritto di dirmi cosa devo fare o come vestirmi”.

De fondo se oían unos sollozos, sin duda provenientes de la mujer, la que supuse que sí sería la madre de la chica, porque lo que era ya evidente es que, el hombre malhumorado, no era realmente el padre de la chica.

Continué escribiendo el mensaje a David, sin dejar de oír algunas voces más en la habitación de mis vecinos italianos.

La verdad, pensé, es que si iban a estar así toda la noche y todos los días, quizá me interesaría pedir en recepción que me cambiaran de habitación. Había ido hasta allí para descansar y relajarme, no para ser testigo de las broncas familiares de unos italianos medio locos.

A David le resumí la tarde de la forma más clara y concreta posible. Le expliqué que acabé yendo al hotel de las chicas y que, tras tomarme algo con ellas, la cosa fluyó y acabé follando con la que se iba a casar.

Eso ya era suficientemente morboso para la mente siempre calenturienta de David, omití los detalles acerca del comportamiento de su novio y de que follé aquel precioso culo llegando a sentir un grado de placer que apenas tenía recuerdo de haber sentido antes.

Mi amigo tardo apenas 3 minutos en responder. Su mensaje fue una sucesión de palmas, caras alegres, botellas de champan descorchándose y finalizó con un contundente: ahora, a por el siguiente asalto, a lo que respondí con un emoji con el dedo pulgar hacia arriba, en señal de asentimiento.

A lo tonto eran ya casi las 12 de la noche. En la habitación de al lado, tras oírse un fuerte portazo, dejaron de oírse gritos y peleas, por lo que supuse que la extraña familia se había largado a tomar algo y ver el espectáculo nocturno que cada noche tenía lugar en la parte más alejada de los jardines del hotel.

Decidí salir a la terraza y sentarme un rato en una de las dos sillas que allí había. La noche era muy agradable, se oía de fondo las notas musicales del espectáculo que acababa de empezar, pero no era para nada un ruido molesto, ya que el lugar de los espectáculos estaba bastante alejado.

Retomé la lectura del libro electrónico con el que llevaba varios días entre manos. Una novela histórica, en tiempos del asedio romano a Numancia. Nada del otro, pero al menos era entretenida e históricamente bien documentada.

Después de un rato de lectura oí un ruido. Había alguien en la terraza de al lado, en la habitación de los italianos. ¡Y yo que creía que me iban a dejar descansar un rato! Pensé que volverían de nuevo a las andadas.

Pero, por suerte, tan sólo fue el ruido que una de las sillas produjo cuando alguien se sentó sobre ella.

Continué a lo mío, enfrascado en la lectura de la novela, pero apenas habían transcurrido 5 minutos, volví a oír otro ruido. Esta vez no era el producido por el mobiliario, si no el que produce una persona cuando solloza de forma ahogada, queriendo reprimir el llanto para que éste no sea percibido por los demás.

De forma instintiva me puse en pie y asomé mi cabeza por fuera de la pared de separación de ambas terrazas: era la joven. Estaba sentada en una de la sillas, con la cabeza gacha recogida ente sus manos, la que sollozaba de forma cada vez más intensa. Incluso el cuerpo comenzó a convulsionarse levemente a la vez que su llanto se hacía más sonoro.

En un principio pensé en no intervenir. No tenía por qué meterme en líos ajenos. Además, quién resultó no ser su padre podría estar también en la habitación, y no parecía ser un tipo se se aviniera a razones.

Aun así, a medida que el llanto de la chica se hizo más intenso y que éste empezó a provocar algo muy parecido a un ataque de ansiedad, sin ser consciente de lo que hacía, intervine:

–          Ciao, tutto bene, posso aiutarti?

La chica reaccionó muy despacio, no se esperaba que nadie le hablara. Levantó sus ojos enrojecidos por el llanto e inundados en lágrimas, y su mirada se me clavó como una de las más tristes que recordaba haber visto.

–          No te preocupes, gracias. Todo bien –me dijo en un buen español, aunque con acento italiano mientras trataba de controlar el llanto.

–          Nadie que está bien llora del modo en que tú lo haces. No pude evitar escuchar la discusión que tenías antes con ¿tu padre? –pregunté a sabiendas de que, él mismo, había afirmado no serlo.

–          No es mi padre. Es el novio de mi madre. Mio padre è morto qualche anno fa, perdón: dije que mi padre falleció hace unos años –aclaró en español tras soltar una frase en italiano.

–          No te preocupes, si no hablas demasiado deprisa, puedo seguirte en italiano, aunque no me atrevo a hablarlo –le dije con una ligera sonrisa.

–          Entonces, si entiendes lo que ha dicho esa bestia de mi, sabrás que piensa que soy una puttana –me dijo con sus ojos cargados de una mezcla entre rabia y tristeza.

–          Algo así creí entender. Pero ya sabes, los adultos, cuando nos enfadamos decimos cosas que no sentimos –dije tratando de consolarla.

–          Entonces, tú también crees que soy una niña. Vosotros sois los adultos que sabéis todo lo referente a mi, y yo sigo siendo una niña a la que debéis llevar de la mano.  Che merda tutto!

–          Noo, perdóname. No quise decir que tú seas una niña. Dije lo de adulto porque él se ve como un hombre un poco mayor, ¿no estará ahí dentro mientras hablamos? No quiero causarte más problemas  -le dije por tratar de averiguar si me la estaba jugando con mi intento de ser un buen vecino.

–          No, non è qui. Y sí, él es un poco mayor, tiene 60 años, creo que por eso habla como habla y se comporta cómo lo hace. Por eso, y porque no es un buen hombre. Mi madre está enamorada de él, o eso cree, pero él no es un buen hombre, y paga le sue frustrazioni conmigo. Perdona por mi mal español, no sé si me estás entendiendo.

–          De verdad que sí te entiendo, perfectamente. Por cierto, me llamo Antonio, Tonny es como me llama toda la gente, -le dije para intentar relajar un poco la conversación.

–          Encantada, Tonny, il mio nome è Gemma.

–          Un placer, Gemma. Te llamas como mi prima Beatriz –le dije, fue un chiste patético pero, al menos, conseguí arrancarla una sonrisa.

–          ¿Tú cuantos años tienes? –me preguntó

–          Muchos…, tengo 39.

–          Eres joven, Enrico, el novio di mia madre, ha 60 anni –respondió Gemma.

Sí, visto así, sigo siendo joven. Es de mala educación preguntarle la edad a una mujer, así que no lo haré –le dije de forma socarrona, aunque en el fondo esperaba que me lo dijera.

–          Jajaja, vale, pues entonces no me lo preguntes –respondió Gemma, guardándose el dato para sí misma.

–          Al menos te he hecho sonreír un par de veces, ya sólo por eso ha merecido la pena asomarme para ver qué te pasaba –le dije mirándole a sus preciosos ojos.

No había reparado en lo bella que era, dado que la tensión del momento había acaparado toda mi atención, pero Gemma era una jovencita de marcados rasgos italianos: pelazo negro largo, ojos oscuros, piel morena, labios carnosos… Era todo lo que podía ver, pues seguía sentada en la silla de la terraza, con una toalla de baño por encima de su cuerpo.

–          Pareces italiano –me dijo.

–          ¿Por alguna razón en especial?

–          Por tu galantería y atención hacia una chica –me respondió mirándome con sus preciosos ojos, de los que se había borrado gran parte de la tristeza que portaban un rato antes.

–          No sé. Trato de ser amable. No tengo por qué no serlo. Tú tampoco parece que seas una mala persona. Al menos no tengo pruebas de lo contrario –le dije.

–          Pues Enrico no piensa lo mismo, ya le has oído. Y tampoco es que mi madre se esfuerce mucho por entenderme y defender ante él.

–          Tú madre tiene una posición difícil. A ti te quiere como su hija que eres, pero si está enamorada de él…, debe de ser muy difícil mediar en el conflicto.

–          ¿Puedo hacerte una pregunta? –me dijo muy seria.

–          Sí, claro. Puedes hacer las que quieras.

–          Mejor, porque van a ser varias –me dijo sonriendo de nuevo-. La primera es si tienes figlie, perdón hijas.

–          No, no tengo hijas, ni hijos. No tengo descendencia.

–          Creo que serías un buen padre.

–          Gracias, no creo que llegue a serlo nunca, pero gracias de todos modos.

–          ¿No estás casado?

–          No, no lo estoy. Lo estuve, pero me divorcié hace poco tiempo.

–          ¿Puedo hacerte otra pregunta?

–          Claro, Gemma. De hecho me has hecho más de una –le dije sonriendo y provocando a la vez su sonrisa.

En ese momento, Gemma se despojó de la toalla que la cubría y se puso de pie, acercándose al borde de su terraza.

Si su rostro era bello y armónico, su cuerpo era hipnotizante. Vestía un minivestido, en color plata, brillante, ajustado en la cintura, cayendo algo más amplio sobre sus morenos muslos, con un generoso escote en forma asimétrica, con un solo tirante en su hombro izquierdo.

Sus pechos eran de buen tamaño, sin ser exageradamente grandes, sí eran lo suficiente como para llamar la atención de cualquier persona con buen gusto. El conjunto lo remataba con unos zapatos, de color negro, de fino tacón tipo stiletto. Gemma era un verdadero monumento.

–          Si tuvieras una hija, y se hubiese vestido así esta noche para cenar e ir después al espectáculo del hotel, contigo y tu pareja, ¿pensarías que es una puta? –me preguntó clavando sus ojos en los míos.

–          Jamás pensaría algo así. Estaría muy orgulloso de tener una figlia bella come te –le respondí, guiñándole ostensiblemente un ojo.

–          Vaya, además de ser un galán, también sabes hablar italiano –me dijo devolviéndome la mirada.

–          Ya te dije antes que lo entiendo bastante bien, aunque no me lanzo a hablarlo, no lo domino tanto cómo para eso, pero alguna frase sí me atrevo.

–          Gracias por tu opinión, Tonny. Espero que no volvamos a molestarte más con nuestras discusiones.

–          ¿Os ocurre muy a menudo?

–          ¿El qué? ¿Discutir así?

–          Sí, no creo que sea nada agradable para tu  madre y para ti estar así.

–          Suceden desde algún tiempo. Desde que Enrico tiene algunos problemas de salud.

–          Bueno, a lo mejor debes de tener un poco de paciencia con él –le dije para tratar ayudarla.

–          Tiene problemas cardiacos. Creo que hace algo más de un año que no…, no sé como se dice en español, non fornica … -dijo un poco azorada.

–          O sea, que no puede mantener relaciones sexuales –le dije de la forma más natural posible.

–          Sí, eso es. Y desde que eso sucede no puede soportar que yo me vista de forma más sexy o atrevida. Dice de mi que soy una puta. A veces ha insinuado que lo hago a propósito para excitarle.

–          Joder, está un poco desquiciado. Tú madre también lo debe estar pasando mal. Supongo que, poco a poco, si su enfermedad no tiene cura, se acabará acostumbrando a no poder… fornicar, como tú dices.

–          Pues mientras tanto, la que no puede hacerlo soy yo. Non posso fornicare, né posso vestirmi in modo un po’ sexy.

–          Piensa que hoy lo hiciste. Te vestiste muy sexy. Estás guapísima, y hay un hombre al que le has hecho ver la bella mujer que eres.

–          Joo, gracias de nuevo Tonny. Sei un sole!!!

–          Gemma, creo que lo mejor es que nos demos las buenas noches. No quiero causarte problemas si tu madre y Enrico vuelven y te encuentran hablando conmigo, con ese vestido tan… sexy.

–          Ok, me parece perfecto. ¿Puedo hacerte otra pregunta?

–          Ya deberías saber que sí –le dije con una clara y abierta sonrisa.

–          Si mañana no tienes nada mejor que hacer, ¿podría pasar el día contigo? –me preguntó con una mirada mitad inocencia, mitad provocación.

–          ¿Y ellos? –pregunté en referencia a su madre y el novio de ésta.

–          Van a pasar todo el día fuera del hotel. Han contratado una excursión en barco para ir a ver ballenas, delfines y no sé qué más. Por la tarde irán al centro de la isla, a ver no sé qué monumento natural.

–          ¿El Roque Nublo? –pregunté.

–          Síii, ese mismo –respondió Gemma con el entusiasmo que proporciona la juventud.

–          En ese caso sí, estarán todo el día fuera.

–          Sí, lo van a estar. Les recogen a las 8:30 de la mañana, y no regresarán hasta las 8 de la tarde.

–          ¿Tú no vas con ellos?

–          No. Les dije que prefería quedarme sola en el hotel. En la piscina, yendo a alguna actividad de baile o aquagym. Pero se me ha ocurrido que tú puedes ser mejor plan.

–          Gracias por lo que me toca. Por mi perfecto. Pero también tenía pensado salir del hotel. Tengo un coche alquilado y quería ir a visitar un pequeño pueblo que está al norte de la isla, cerca de él hay unos acantilados que dicen que merecen mucho la pena.

–          Me parece un plan genial. Cuando mi madre y su novio se marchen, te aviso por la terraza ¿vale?

–          Vale.

–          Buenas noches, galán.

–          Buenas noches, bellissima.

Me retiré al interior de la habitación. Hasta ese momento no había sido consciente de que durante toda la conversación con Gemma, yo llevaba puesto tan sólo el bóxer. Al menos no debí parecerle un depravado o un peligro sexual, la idea de quedar al día siguiente fue suya.

Puse una alarma en el teléfono móvil para las 8 de la mañana. Si su  madre y el tal Enrico se iban a ir a las 8:30, Gemma no me llamaría mucho más tarde, y convenía estar preparados y listos para salir lo antes posible, antes de que el sol apretara, ya que mi idea era hacer la excursión durante la mañana, y regresar al hotel para comer. Debía aprovechar el todo incluido del resort.

A las 8 en punto de la mañana sonó el despertador. Me costó poco ponerme en pie. Me di una ducha para terminar de despejarme, e intenté escuchar algún ruido en la habitación de Gemma. No se oía nada anormal, algunos pasos, algún rumor de conversación, pero nada que llamara especialmente mi atención. Parecía que los ánimos se habían calmado.

A continuación me sequé el pelo y me afeité, y pasé a elegir la ropa que llevaría esa mañana: un pantalón corto, tipo vaquero, con algún roto que le daba un aire juvenil, y una camiseta, de color turquesa con un lema medio gracioso: “yo no soy runner, sólo corro por las cervezas de después”.

Comprobé la hora de mi reloj. Ya casi eran las 8:30 de la mañana. Espera que Gemma no se echara atrás, y mantuviera su idea de pasar el día conmigo. Aunque nunca se podía saber. Una vez pasado el trance de la noche anterior, quizá se hubiera tranquilizado y pensara que no pintaba nada marchándose a pasar el día con un desconocido, por muy galante que le hubiera parecido.

Realmente, me apetecía muchísimo que se mantuviera en su idea. Gemma era realmente preciosa. Una chica que no pasaría desapercibida en ningún lugar que estuviese. En el fondo, era comprensible la amargura de su especie de padrastro.

Él, con su problema cardiaco, no podía mantener relaciones sexuales, y por si ello fuera poco, convivía con una jovencita, muy guapa, y de cuerpo espectacular que, obviamente, quería lucir su cuerpo y su belleza, lo que para él suponía un castigo añadido.

Apenas pasaban 3 minutos de las 8:30 cuando oí una vocecita familiar proveniente de la terraza. Era Gemma. Me estaba llamando.

Me asomé a la terraza para darle los buenos días.

–          Buenos días, Gemma. ¿Cómo estás, has podido descansar?

–          Buenos días, Tonny. Sí, he dormido muy bien. Estoy mucho mejor que anoche. Y te lo debo a ti.

–          No mujer, las cosas pasan, forman parte de la vida. Yo simplemente estaba aquí, y traté de escucharte y animarte.

–          Pues lo hiciste fenomenal. ¿Te parece bien si bajamos a desayunar y nos marchamos de aquí?

–          Me parece perfecto.

Cogí la cartera, las llaves del coche, la tarjeta electrónica de la habitación y las gafas de sol. Salí al pasillo 30 segundos antes de que lo hiciera Gemma. Era un poco más baja que yo.

Vestía un short, de color blanco, muy veraniego, con una camiseta en color rosa. Su larga melena ondulada caía sobre sus hombros. Era un bellezón.

Nos dirigimos, casi rozándonos, hasta el ascensor, y bajamos hasta la planta -1, dónde se encontraba el salón con el bufé del desayuno.

Durante el desayuno todo fueron sonrisas y miradas. En un par de ocasiones me encargué de llevarle un vaso con zumo y algo de bollería, además de los cereales que ella había preparado.

La conversación tocó diversos temas: el fallecimiento de su padre en un accidente de automóvil cuando ella tenía 3 años, cómo su madre había permanecido sola, sin querer conocer a nadie, hasta que ella cumplió los 14, como Enrico se había ido amargando con el paso del tiempo, y mucho más desde que tuvo un infarto, haría cosa de un año y medio atrás.

También me contó que desde los 12 años estudiaba español, por eso lo hablaba tan bien. Por mi parte, yo le conté que me había divorciado hacía apenas 3 meses, que el viaje inicialmente lo iba a hacer con un amigo, pero que por problemas laborales no pudo ir, y que allí estaba yo, tratando de olvidarme de todo un poco y de relajarme en aquella isla, alejado de todo lo que me rodeaba habitualmente.

Poco después de las 9 de la mañana estábamos montándonos en el Toyota Corolla, introduje en el navegador las indicaciones a los acantilados de Agaete, y partimos. El sol ya brillaba con fuerza en lo alto de un cielo azul intenso, mientras que una fresca brisa hacía la temperatura más llevadera.

Era muy morboso verme sentado en un vehículo, con una chica de la que aún no sabía su edad, con un short tan blanco y ajustado que dejaba ver perfectamente el contorno de su ropa interior: un tanga tan de moda entre las chicas jóvenes.

Gemma era otra completamente distinta a la que había conocido la noche anterior. Era una chica alegre, risueña, con sentido del humor y muy inteligente. Yo traté de decirle alguna frase en italiano, pero me pidió que, por favor, le hablara todo en español, para tratar así de mejorar ella su vocabulario y su nivel de comprensión. La verdad es que, para mí era mejor así, ya que mi italiano era pésimo.

La carretera hasta los acantilados comenzó siendo una cómoda autovía, pero a medida que nos alejamos hacia el noroeste desde Maspalomas, pasamos a una carretera convencional y, poco después a una carretera llena de curvas y desniveles, en un verdadero balcón sobre el océano. Las vistas eran preciosas, pero tuve miedo de que Gemma, o yo mismo, pudiéramos marearnos.

Había leído que en esa carretera, antes de llegar a la localidad de Agaete, había varios miradores, todos ellos con unas preciosas vistas sobre el océano y la isla vecina de Tenerife. Decidí que lo mejor sería ir parando en cada uno de ellos, así nos daba lugar a respirar un poco y relajar el cuerpo después de tanta curva y desnivel.

En el primero de ellos fue el “Mirador de el Balcón”. Una especie de terraza al borde del acantilado, con unas vistas privilegiadas sobre el océano, que golpeaba con fuerza sobre las rocas, bastantes metros más abajo, y sobre una larga hilera de acantilado en forma de zig-zag.

Para coronar el lugar, habían construido un mirador con el suelo transparente. Llegamos hasta él, y la sensación de vértigo se hizo presente. Quizá no era tan buena idea la de utilizar miradores de ese tipo para evitar el mareo del viaje, pero merecía la pena las vistas, sin ninguna duda.

Maravillados y mudos ante tanta belleza natural, Gemma se agarró con fuerza a mi brazo cuando nos dispusimos a caminar sobre la parte transparente del mirador.

Me sentí como un verdadero macho protector, como un tipo privilegiado al poder sentir el suave y joven cuerpo de Gemma rozando con mi propio cuerpo. Cuando estuvimos justo en medio de la zona transparente, le pedí que mirara hacia abajo, despacio. La vista al horizonte era mágica, pero la sensación de ver el vacío bajo nuestros pies era única.

Gemma así lo hizo, fue dirigiendo su mirada hacia nuestros pies muy despacio. La sensación que la produjo ver el vació bajo nosotros fue tremenda, se agarró aún con más fuerza a mi, pegando su cuerpo por completo al mío. Podía sentir su pecho izquierdo presionando en mi costado, a la vez que sentía los latidos acelerados de su corazón.

Nos marchamos despacio hacia el coche, tras hacer algunas fotos.

–          Es precioso todo esto, Tonny. Mil veces gracias!!!! –me dijo entusiasmada al entrar en el coche, a la vez que me plantaba un sonoro beso en la mejilla.

–          Yo no he hecho nada. Esto ya estaba aquí.

–          Sí, Tonny. Tú lo has hecho posible. Mi día de hoy habría consistido en tostarme en la piscina.

Arranqué y nos dirigimos hacia el siguiente destino. Otro mirador, en este caso el de las arenas. Menos espectacular y sugestivo que el anterior, pero permitía la visión clara y nítida de la isla de Tenerife, coronada por el Teide, un volcán con más de 3.700 metros de altura.

El viento movía el cabello de Gemma de forma que parecía la princesa de un cuento de hadas de Disney. Me sentí de nuevo muy afortunado de estar pasando el día con ella. Volvimos a hacer algunas fotos. En esta ocasión me recreé inmortalizándola a ella en varias poses distintas. Parecía una verdadera modelo o influencer, tan de moda ahora.

Desde allí llegamos al pueblo de Agaete, tras recorrer algunos kilómetros más por aquella endemoniada carretera.

El pueblo en sí no tenía nada de especial. Nos tomamos un refresco en una terraza y decidimos iniciar el viaje de regreso al resort, pero esta vez, para evitar que nuestros cuerpos colapsaran por las curvas y los desniveles, en lugar de volver por dónde habíamos ido, decidimos hacerlo en dirección contraria, bordeando la isla en el otro sentido, por dónde la carretera era mucho más recta y plana, y pronto salimos a la autopista que circunda gran parte de Gran Canaria.

A las 14 horas, más o menos, estábamos aparcando en el hotel. La mañana había merecido mucho  la pena. Sin subir a las habitaciones decidimos pasar directamente a comer.

Como buena italiana, Gemma se decantó por una variedad de pizzas y, como buena extranjera en España, por un plato de paella, no tenía demasiada buena pinta, pero no hizo caso de mis consejos. Yo repetí ensalada, papas con mojo, y un entrecot de ternera que no estaba nada mal. Para beber optamos por una botella de vino. Quise quedar bien con quién era mi pareja, y en lugar de conformarnos con el vino incluido en el régimen de todo incluido, pedí una botella de un Ribera de Duero, que siempre es una apuesta segura.

Gemma alabó mi buen gusto con el vino, dijo que la encantó, aunque apenas se bebió la primera copa y se levantó a por un vaso de fanta de limón.

Tras el postre, en su caso un helado de nata y fresa, y en mi caso, dos pequeñas porciones de tartas de diversos tipos. Salimos al bar de la piscina para tomarnos un café, alejados del bullicio del salón.

–          Ha sido una mañana espectacular, Tonny. No lo olvidaré nunca.

–          Para mi también ha sido muy bonito, Gemma. Muchas gracias por tu propuesta.

–          Muchas gracias a ti por hacerlo todo tan fácil.

Sinceramente, mi cabeza no dejaba de dar vueltas a la idea de tratar de ligármela del todo, de tratar de estallar esa burbuja de tensión sexual no resuelta que, sin duda, había entre los dos.

Pero, por otro lado, Gemma era muy joven, no estaba sola, estaba su madre y Enrico, y aunque la relación no era buena, a los ojos de cualquiera podría parecer que yo era un aprovechado. Gemma podría ser mi hija, y si yo fuera su padre no me gustaría que otro tipo de mi edad se aprovechara así de mi hija.

Absorto en aquellos pensamientos pasó un rato largo, en el que ninguno de los dos dijo nada, cada uno de nosotros se encontraba sumergido en su propio mundo. Finalmente, fue Gemma quién habló:

–          Tengo que ir al baño. Y no quiero hacerlo aquí, prefiero subir a la habitación.

–          Lógico. Aquí pasa mucha gente.

–          ¿Me acompañas arriba o me esperas?

–          Si no te importa, te acompaño.

–          Prefiero que me acompañes.

Abandonamos el jardín, cruzamos el hall del edifico y tomamos un ascensor hasta nuestra planta. Dejé que Gemma caminara delante de mi por el estrello pasillo.

Tenía un cuerpo precioso, no sabría que parte de él destacaba más pero, sin duda, su culo era adictivo para mi mirada, ver cómo lo contoneaba, como se movía a un lado y otro, apenas cubierto por aquél minúsculo short, dejando destacar perfectamente el contorno de su tanga, era una delicia.

Llegamos a la puerta de su habitación. Metió la mano en su bolsillo, la sacó y me dijo:

–          Vas a tener que dejarme pasar a tu baño. No encuentro la tarjeta electrónica –me dijo.

–          ¿La has perdido o la has dejado dentro?

–          Creo que la he dejado dentro. Esta mañana tiré de la puerta y no recuerdo si la cogí. Supongo que no lo hice.

–          No hay problema, Gemma. Pasa a este.

Yo sí llevaba mi tarjeta. Abrí la puerta y la hice pasar. De inmediato entró en el baño, mientras yo me senté en una de las camas.

Un instante después apareció de nuevo ella, con el short aún desabrochado, dejando ver la parte superior delantera de su tanga negro.

–          ¿Cuánta cama para ti sólo, no?

–          Ya sabes, David falló.

–          Los españoles sois muy de siesta. Podríamos probar –me dijo.

–          ¿Probar a qué?

–          A echarnos la siesta.

–          Es muy sencillo: te pones cómoda, te echas, cierras los ojos, y te duermes –le dije, tanteando el terreno.

Por toda respuesta, Gemma se quitó el short y, a continuación, la camiseta y el calzado. Se quedó en ropa interior. Tanga y sujetador de color negro, con atrevidas transparencias transparencias. Rodeó las camas y abrió la que quedaba libre.

–          ¿No me vas a acompañar? –me dijo.

–          Siempre he sido un amante de la siesta –le respondí.

Hice igual que Gemma: me quité el pantalón, la camiseta y las zapatillas deportivas, y me apresuré a meterme en la cama sobre la que me había sentado, tratando de que no se notara mucho la erección que comenzaba a apuntarse bajo mi bóxer, aún no estaba seguro de si todo aquello era lo que parecía, o Gemma simplemente estaba bromeando más de la cuenta.

Me eché boca arriba, en mitad de mi cama, mientras que Gemma, en la suya, se giró para ponerse de costado, mirándome a mi.

–          Y si no me da sueño ¿Qué puedo hacer para dormir? –me preguntó, con la voz más sensual que jamás hubiera escuchado.

–          Lo de contar ovejitas no te funciona, ¿verdad?

–          ¿Qué es contar ovejitas? –me dijo.

–          Nada, un dicho de España. Se supone que cierras los ojos y cuentas ovejas imaginarias. Es tan aburrido que te acabas durmiendo.

–          Ya, pero yo pensaba en algo menos aburrido y más relajante.

No me dio tiempo de responder, ni de reaccionar, ni de ver por dónde me venía. Gemma se subió sobre mi a horcajadas, y plantó su suaves y dulces labios en los míos. Me besó.

Me besó con la pasión propia de la juventud. Me besó deslizando su lengua dentro de mi boca, buscando mi propia lengua, mientras que sus manos exploraban mi pecho, mis pezones, enredándose en el vello de mi piel.

Respondí a su beso con todo el erotismo y el deseo acumulados. Traté de saciar mi sed en su boca, lamiendo su lengua, acariciando sus labios, mordiéndolos, volviéndola de espalda, sobre la cama, para que mi polla creciente ejerciera presión sobre su coño, a través del fino tanga.

Gemma comenzó de inmediato a jadear y, como pude comprobar cuando dirigí una de mis manos a su sexo, también comenzó pronto a liberar sus fluidos.

Acaricié su delicada rajita a través del tanga, sin dejar de besar su boca, a la vez que ella manoseaba todo mi cuerpo con verdadera ansiedad, como si con dos manos no la bastasen para colmar su impaciencia y su necesidad de macho.

Enseguida se deshizo del sujetador. Sus pechos era tan preciosos como me habían parecido. Turgentes, firmes, coronados por dos abultados pezones rosáceos. Los lamí, los besé, los mordí, los succioné, los apreté con rabia y fuerza, provocando nuevos jadeos, primeros gemidos, mientras una de sus manos se dirigió apresuradamente a liberar mi polla del bóxer que la encerraba.

Una vez que me quitó la ropa interior, fue ella quién, de un enérgico empujón, hizo que me echara sobre la cama, boca arriba, tomando el control de mi polla con su boca. Se la introdujo en su suave y húmeda cavidad,  y comenzó a mamarla con ganas, haciéndola crecer y endurecer aún más de lo que ya lo estaba.

Pronto logró tenerla casi por completo dentro de su boca. Era evidente que no era la primera polla que se comía. Su habilidad, sus cambios de ritmo, la forma en que succionaba, en que lamía, acariciaba y envolvía mi polla con sus manos y su lengua, hicieron que pronto tuviera la irremediable necesidad de enterrar mi polla en su cuerpo.

Así se lo indiqué con la mirada. Ahora fue ella quién se puso a horcajadas sobre mi, haciendo coincidir mi polla sobre la abertura de su coño, palpitante, caliente y mojado.

Se dejó deslizar, poco a poco, hasta ir introduciendo mi verga en su cuerpo. Sentía como la iba abriendo y llenando, como sus paredes mojadas y ardientes, envolvían mi polla, haciéndome estremecer de placer.

Cuando la tuvo completamente dentro aproveché para morder sus pezones, uno y otro, arrancándola sendos gemidos de placer, a la vez que puse en marcha su cuerpo, que comenzó a cabalgarme como la más experta amazona.

Pronto sentí como mi cuerpo se elevaba al cielo, a bordo del cuerpo de Gemma. Sus movimientos eran perfectos. Su ritmo era perfecto. Su cuerpo era perfecto. Me sujeté a sus caderas, a sus nalgas, traté de jugar con uno de mis dedos en su ano, acariciándolo muy suavemente, sin atreverme a ir más allá. Eso le produjo un nuevo placer, añadido al que mi polla le estaba proporcionando.

En un momento dado su ritmo se hizo frenético. Tanto el que proporcionaba a mi polla con su pelvis, como el de su garganta emitiendo profundos gemidos de placer.

Sentí como su vagina se contrajo sobre mi polla, como si la fuera a estrangular, a la vez que mi boca volvió a tomar prisionero a uno de sus pezones, mordiéndole y succionándole con fuerza, provocándola un aullido de placer a la vez que su cuerpo estalló en un intenso orgasmo, que recorrió todo su cuerpo, todos sus poros, cambiándole la expresión de su mirada, el rictus de su boca, la tensión de todos sus músculos.

A continuación, y sin que Gemma dejara de moverse, mi pelvis repitió los movimientos que antes había hecho Gemma, follándola de forma frenética hasta alcanzar yo mismo el clímax, corriéndome como un verdadero animal, llenando su vagina con mi semen blanco y cálido.

Permaneció acoplada a mi un par de minutos más, durante los cuales sentí como sus jugos, mezclados con mi semen, se deslizaron por su vagina y mi polla, hasta depositarse en mi vientre.

Finalmente acabó por echarse a mi lado, con la respiración aún entrecortada.

–          Creo que ya sé dónde está la tarjeta electrónica –me dijo.

–          ¿Ya lo has recordado? –le respondí.

–          Sí, está en el bolsillo de atrás del short –añadió con una sonrisa pícara como pocas.