Pelirroja forzada y satisfecha por un experto.

Pelirroja forzada y satisfecha por un experto

Pelirroja forzada y satisfecha por un experto

Rubi salió apresuradamente del club nocturno, sintiéndose molesta y decepcionada por su novio, quien decidió no seguirla. Al salir, se encontró con dos hombres de seguridad, altos y bien formados, quienes intentaron llamar su atención sin éxito. La joven de veintitantos años estaba furiosa, a punto de estallar como un volcán, y lo único que deseaba era desaparecer de ese lugar.

Al salir al exterior, Rubi se sintió invadida por el frío clima que tanto le incomodaba. Recordó las palabras de un pretendiente que le dijo una vez: «Las pelirrojas son más sensibles al frío, también al calor». Tal vez aquel joven tenía razón, el frío la afectaba demasiado, sobre todo considerando que iba muy ligera: llevaba puesto un vestido corto de color verde con tirantes y zapatos deportivos blancos, sin calcetines.

A medida que pasaban los minutos, Rubi se dio cuenta de que su novio, «el muy estúpido», no iba a salir a buscarla, lo que la llevó a maldecir en silencio. Acababan de tener una pelea, y ella lo había sorprendido coqueteando con otra persona, motivo más que suficiente para enfurecerse. Cuando él se dio cuenta de que lo habían descubierto, hizo el típico gesto de «¡joder! me han pillado». Ella lo observó desde la distancia y luego se marchó, segura de que él vendría a buscarla y pedirle perdón.

Decidió irse a casa, el desinterés de su novio confirmaba una vez más que la relación iba de mal en peor; al llegar a casa le llamaría para romper con él. «Es un imbécil», pensó.

El local era pequeño, ubicado en una de las calles del centro de la ciudad, frente a un pequeño edificio residencial. Había una fila de autos estacionados en ambos sentidos de la calle, una pareja se daba amor recostados al capó de uno de estos. Llamó a su mejor amiga para que viniera a buscarla pero la llamada no cayó, era un poco más de la medianoche, debía estar durmiendo. Decidió entonces caminar hasta llegar a la avenida.

Al verse sola se habló así misma mientras esperaba que apareciera un taxi.

—Ya no te soporto, Eugenio. Lo único que sabes es meter la pata y no es la primera vez que me haces esto, así que basta! ya estoy hasta el gorro, esto se acabó, ni una más.

Hacía más de cuarenta minutos que Serch daba rondas por las calles del centro de la ciudad pero aún no daba con su presa, todo parecía indicar que no tendría suerte esa noche. Decidió tomar la avenida principal e ir lentamente, observando hacia ambos lados en búsqueda de una posible víctima. Fue entonces cuando vio a unos 50 metros a una jovencita de cabello largo que daba pequeños pasos de un lado a otro y que parecía hablar sola.

Disminuyó la velocidad y se fue orillando hacia el lado donde estaba la joven, lentamente, esperando que esta le hiciera señas, ya que su vehículo llevaba un casquete de taxi.

Al llegar a ella se detuvo pero la joven no hizo señas a pesar de notar su presencia entendiendo así que la muchacha no estaba a la espera de ningún taxi.

Miró hacia los lados, observó por el retrovisor, vio hacia adelante. Estaban a solas, completamente a solas, no había personas a los alrededores, no había autos ni delante ni detrás ni alejándose ni aproximándose. «Perfecto», dijo para sí mismo.

Bajó del automóvil con rapidez y total seguridad de lo que haría, se aproximó a la joven que se le quedó mirando al ver que venía hacia ella y a pesar de que tuvo una leve sospecha de que algo no andaba bien se quedó inmóvil mientras el hombre alto y de piel oscura se acercaba cada vez más a ella mirándole directamente a los ojos sin vacilar.

Entonces sucedió. El hombre se abalanzó sobre ella rodeando su cintura con el brazo, y con una de sus grandes manos le tapó la boca con tal fuerza que ella sintió dolor al tiempo que se vio imposibilitada de emitir sonido alguno de auxilio.

Sintió tanto miedo que le sobrevinieron unas ganas inmediatas de hacer pis, el corazón latió más fuerte, parecía que emergería del pecho cual alien. En cuestión de segundos se vio en una lucha inútil intentando evitar que el hombre la introdujera en el auto pero él era más fuerte y ágil.

Una vez que el hombre la arrojó en el asiento trasero la amenazó:

—Si gritas te mato —le advirtió apuntándole a la frente con un revolver y despojándola del teléfono móvil.

Tal frase le infundió un terror más grande que el que había sentido un minuto atrás cuando se vio minimizada siendo llevada en brazos hasta el auto.

Rubi temblaba de miedo, sentía el corazón a mil y las ganas de orinar le presionaban la entrepierna pero se contuvo de gritar, aterrada por la amenaza de su raptor y la imagen fresca del revolver apuntando su frente.

Velozmente, el hombre ya se había acomodado en el asiento delantero encendiendo el auto. Rubi intentó escapar quitando el seguro pero se dio cuenta de que sería imposible ya que la puerta estaba sellada y sintió miedo de probar con la otra puerta por donde la había introducido el hombre que ahora ponía en marcha el automóvil llevándosela a rumbo desconocido.

Temió por su vida, adivinando las intenciones de su raptor. Lo tenía más que claro: iba a violarla, luego la mataría.

Irónicamente, el hecho de saber que ese podría ser su final hizo que pasara de la sensación de pánico a una aparente sensación de tranquilidad, había que manejar la situación, debía calmarse y buscar la forma de salir con vida.

—Por favor, no vayas a hacerme daño, ¿a dónde me llevas? —le tuteó ella.

Rubi entendió que debía entablar una conversación con su raptor, conocer sus verdaderas intenciones y llegar a un acuerdo que beneficiase a ambos.

—Qué voz tan dulce tienes, muñequita —dijo el hombre, mirándole a través del retrovisor—. Te llevo a mi casa y no te preocupes que no te voy a hacer daño. ¿Qué edad tienes?

Era un hombre alto, de piel muy oscura, su rostro no era agraciado, su cuello era grueso, su nariz destacaba, tenía los labios grandes, unos ojos negros, brazos musculosos llenos de venas, manos grandes, dedos largos y ásperos al igual que la palma de las manos.

—Veintitrés.

—¿En serio? —preguntó sorprendido—. Te había calculado 19. Eres muy bella y te ves mucho más joven.

«Gracias», pensó ella en decir pero se abstuvo, no tenía sentido agradecerle un cumplido a un hombre que acababa de raptarla.

—Seré sincero contigo, preciosa —dijo el hombre—. Escúchame atentamente. No tengo interés alguno en hacerte daño a menos que no te apetezca colaborar conmigo, te hagas la lista y me hagas molestar. Solo quiero disfrutarte por un momento, en otras palabras: quiero hacerte mía, solo mía. No opondrás ninguna resistencia, dejarás que me deleite con tu hermoso cuerpo, pondrás de tu parte para dejarme satisfecho y luego, prometo que volveré a llevarte yo mismo al lugar donde te rapté.

Rubi no daba crédito a sus oídos pero a pesar de saber lo que le esperaba se sentía tranquila. En muchas de sus fantasías, sueños húmedos o pesadillas, había vivido escenarios en los que sufría un rapto y la consiguiente violación a manos de su captor. En ellos se veía luchando, gritando aterrada intentando liberarse de las manos de quien la deshonraba hasta saciar sus más oscuros pensamientos pero ahora que la pesadilla se tornaba real la situación era totalmente diferente. No estaba gritando, ni llorando, ni aterrada porque iban a violarla ni mucho menos pensando en luchar contra su raptor. Había tomado una postura sumisa, dispuesta a colaborar con tal de salir viva, había aceptado su desafortunado destino.

Serch llevaba un buen tiempo raptando a jovencitas en distintas partes de la ciudad y en diferentes horarios, cada una reaccionaba de un modo distinto al momento del rapto, unas más enérgicas e impulsivas que otras, luchaban con todas sus fuerzas pero ninguna logró tener éxito ante él. Todas terminaban en el asiento trasero. Se vio en la obligación de amordazar y atar a las que más ofrecieron resistencia pero el destino fue el mismo para todas las anteriores a Rubi.

—No eres la primera —le hizo saber—, y créeme que cuando digo que es mejor que colabores conmigo es por tu bien ya que hubo algunas que quisieron pasarse de listas y les fue muy mal. Solo tendremos un momento de intimidad, esta noche serás mi mujer, quieras o no quieras y va a depender de ti volver a estar en el lugar donde te he raptado. ¿Entendido?

Rubi asintió con la cabeza, mirando hacia sus zapatos.

Recordó que hacía menos de 30 minutos estaba con su novio dentro del club, bailando, tomando licor, se culpó así misma por ser tan impulsiva y haber abandonado el lugar y caminado sola hasta la avenida conociendo los riesgos. Luego cambió de idea, no era su culpa, era la culpa del idiota de su novio por ser un imbécil mujeriego que cada tanto tiempo le montaba una escena desagradable con otras mujeres, por su culpa ahora estaba a punto de ser violada por un negro desagradable que iba a hacer con ella lo que le diera la gana.

—Maldito!

—¿Qué dijiste? —dijo Serch aún sabiendo lo dicho por ella

—Mi novio es un imbécil, por su causa estoy aquí

—Tranquila, nena, todo pasa por algo, el destino te ha traído a mi, ya verás que la pasaremos tan bien que olvidarás a tu noviecito. ¿Cómo te llamas?

Rubi guardó silencio.

—Bueno, ya estás comenzando mal, luego no te quejes si…

— Rubi —interrumpió ella alzando el tono de voz—, me llamo Rubi.

—Hermoso nombre para tan hermosa mujer.

Una vez más Rubi pensó en agradecer el cumplido pero prefirió guardar silencio al tiempo que miraba por la ventana percatándose de que estaban entrando a una zona de la ciudad conocida por su aguda pobreza y actividad delictiva.

El terror invadió nuevamente a Rubi al suponer que el hombre que iba a violarla era sin ninguna duda un delincuente, tal vez el cabecilla de una banda de rateros, roba bancos o secuestradores o peor aún, un violador y asesino serial.

¿Qué tal si el hombre estaba mintiendo y la violarían en grupo? ¿Debió luchar contra él? ¿Debió intentar escapar cuando tuvo la oportunidad de hacerlo? Ya era tarde, pensó. Sus ojos se llenaron de lágrimas y una de estas descendió por la mejilla.

—Dios, guárdame de todo mal —dijo con voz débil y triste.

Las calles transitadas en el barrio al que acababan de ingresar lucían oscuras, la mayoría de los postes reflejaban una luz muy leve y mortecina, otros simplemente estaban en pésimo estado, con los faros rotos. El asfalto lleno de baches, había basura tirada en el suelo de casi todas las aceras, se oían perros ladrar por todos lados, Rubi nunca había estado en un lugar como tal, solo había oído comentarios y visto noticias por la televisión.

Llegaron a un callejón en el que Serch detuvo el auto e inmediatamente se acercaron a él un grupo de hombres de diferentes edades, unos descalzos, otros sin franelilla, dejando al descubierto sus cuerpos flácidos, llenos de tatuajes, había un grupo que jugaba dominó en una mesa y se oían los gritos eufóricos cuando una de las parejas salía vencedora, otros bebían licor y fumaban recostados a la acera, uno de ellos tenía un arma.

Uno a uno se fueron acercando a la ventana a saludar a Serch, todos se percataron de la presencia de Rubi en el asiento trasero.

Oyó las pláticas, hablaron de ella casi todos, dijeron cosas desagradables, se rieron, felicitaron a Serch y le decían:

—No te olvides de compartir

Rubi sabía que se referían a ella, habían notado su belleza, habían hecho comentarios sexuales. Rubi cerró los ojos, deseando despertar de una pesadilla que aún no comenzaba.

—Son mis amigos —dijo Serch girándose hacia ella.

Rubi abrió nuevamente sus ojos y se dio cuenta de que todos los hombres se habían alejado del auto.

—Ahora saldremos del auto, vendrás conmigo a casa. Ya sabes, si te pasas de lista te va a ir muy mal. Mira a todos estos hombres flácidos y desaliñados, tienen hambre de ti. Lo único que les impide llegar a ti soy yo. Así que piénsatelo bien antes de hacer algo que no me vaya a gustar. Estás en la boca del lobo. Saldrás conmigo y te comportarás como mi mujer.

Rubi volvió a temblar de miedo y entendió que estaba en manos de un enfermo y que sus esperanzas de volver eran casi inexistentes. Se encontraba a merced de ese hombre y probablemente cuando este se cansara de ella la entregaría a sus amigos. La única esperanza que tuvo de sobrevivir a lo que supuso que vendría a continuación fue encomendarse a Dios.

El hombre bajó del auto, luego le abrió la puerta trasera a la joven y le hizo seña para que saliera.

Rubi se encontraba arrinconada a la puerta sellada pero obedeció de inmediato a su raptor, tenía mucho por perder si elegía rebelarse, fracasaría en cualquier intento de huir, pensó.

Una vez fuera del auto, él la tomó de la mano y dio unos pasos hacia la puerta trasera, el maletero. Allí empezó a manosear a Rubi con mucha delicadeza. Rubi temió lo peor e intentó mantener la calma. El hombre continuó manoseándola, ahora le deslizaba sus ásperas manos por sus desnudos brazos, sus hombros, el cuello, hasta que ella sintió que una mano hurgaba en su entrepierna.

—Por favor —rogó ella en voz muy baja, que solo él le oyera—, aquí no, no delante de esta gente.

No se atrevió a mirar a su alrededor pero podía sentir al grupo de hombres acercarse a ellos, estos comenzaron a hablar entre sí del espectáculo que Serch pretendía obsequiarles.

—Se la va a culear —dijo uno

—Maldición, es una preciosidad —dijo otro

Se fueron acercando uno a uno hasta quedar a pocos metros de la pareja mientras proferían vulgaridades entre risas y se desenfundaban el pene.

Serch se colocó detrás de ella y continuó hurgando su entrepierna por lo que Rubi quedó frente al grupo de hombres que les rodeaban y se jalaban la polla. Ella intentaba disimular la incomodidad que le generaba la mano del hombre que hurgaba su sexo, ya que había metido la mano por debajo de la tanga pero el negro sabía muy bien lo que hacía.

De repente y de un tirón vio como su captor bajó su tanga roja hasta los tobillos y le subió el vestido hasta la ingle quedando su entrepierna al descubierto.

Ella gimió del susto y del desacuerdo por haber sido despojada de su prenda íntima entonces se cubrió el sexo con ambas manos

—No me hagas molestar, preciosa —le susurró Serch al oído—, aparta tus manos ya mismo.

Ella obedeció dejando a la vista de todos su sexo totalmente depilado.

Se escucharon aplausos y gritos en aprobación por lo que acababan de presenciar

—Vamos! rómpele el culo ya a esa puta

—Sí, venga, voy segundo

—Yo tercero

—Cuarto

Quinto

Uno a uno fueron anunciando su turno

—Diecisiete —dijo el último de ellos

Rubi fue recostada al maletero del auto, un auto de los años 80, con un amplio maletero, tan amplio que fácilmente Rubi podía recostar completamente el torso pero no fue esta la posición en la que quedó. Estaban ambos de pie, Rubi posó sus manos encima del auto y en cuestión de segundos sintió su sexo invadido levemente por el pene de su captor.

Las risas y obscenidades volvieron. Serch se había desprendido de sus pantalones hasta los tobillos y empezaba una pausada penetración a la joven que fijaba su mirada en el vidrio trasero del auto.

Rubi notó que el pene que invadía su sexo no era cualquier cosa, se sintió llena y adivinó su grosor y longitud, pues, la cosa cada vez se hundía más en ella, adhiriéndose con mucha presión a las paredes de su vagina. Pensó en suplicarle que se colocara un condón pero tuvo miedo de que el hombre se molestara. Se encomendó a Dios que aquel hombre no la contagiase de una rara enfermedad.

Fue penetrada durante un par de minutos en esa pose mientras oía todo tipo de obscenidades, aquellos hombres alentaban a Serch a ser más violento con ella.

Este dejó de penetrarla y le hizo señas con el dedo índice pero al ver que la joven dudó, Serch le dijo:

—Agáchate, nena. Chúpame la verga.

Rubi pudo ver por primera vez la monstruosidad de pene que tenía frente a ella y que segundos atrás había ocupado toda la extensión de su conducto vaginal. Era inmenso y grueso, había superado sus expectativas.

—Qué puta, mira como se queda observando —dijo uno

—La mía también es grande, muñeca, ya verás cuando me toque mi turno —dijo otro

A Rubi no le quedó otra que obedecer. Se sentía humillada, quería salir corriendo, gritar a los cuatro vientos en busca de auxilio pero sabía que sería en vano y no le costó entender que al primer intento de salir corriendo le iría peor, además, a dónde huiría, estaba en una barriada peligrosa, llena de delincuentes y gente de mala vida, si lograba escapar de estos probablemente se toparía con otros con las mismas o peores intenciones.

Cuando Rubi se agachó para succionar la oscura polla de su raptor, tan oscura que parecía un chocolate, incluyendo el glande, este intentó desprenderla del vestido pero ella se resistió y empezó a rogarle:

—No, por favor, no me desnudes más

Serch se quedó a medio camino, con sus manos jalando del vestido y mirándole directamente a los ojos

—Obedece, muñeca, obedece

Entonces Rubi rendida y con rostro triste levantó las manos lo que facilitó que Serch pudiera despojarla con facilidad de su vestido verde. Rubi quedaba completamente desnuda ante aquellos hombres hambrientos de sexo.

—Qué perra tan divina

—Virgen santísima, qué pedazo de culo

Rubi empezó a succionar el oscuro pene de Serch que gimió al primer contacto con la boca de la joven. Al principio lo hizo con timidez y asco para luego concentrarse en dar placer al hombre. Era inmenso, apenas lograba succionar una cuarta parte del miembro, un poco más y le produciría arcadas pero al ser ella quien llevaba el ritmo eso no sucedió.

Todos observaban a la joven succionar tal monstruosidad de polla, larga, gruesa y que ahora brillaba debido a los lametones y chupadas de la hermosa pelirroja.

—Ya deseo eyacular sobre su preciosa carita

—Se la voy a hundir hasta la campanilla

Rubi recordó que hacía minutos tenía unas ganas inmensas de orinar aunque habían disminuido, quizá esa sería su salvación así que le dijo a Serch:

—Quiero orinar, estoy que me hago encima

—¿Qué dijo? —preguntó uno de los que estaba más cerca a ellos

—Sí, ¿Qué dijo la muy puta? quiero saber —dijo otro.

—Quiere orinar —dijo Serch mirando hacia al grupo.

Se oyeron risas

—Eso es por la follada que acabas de darle

—Préstame a esa zorra y verás cómo la hago cagarse encima

Hubo carcajadas esta vez

Serch se hizo a un lado de la joven y le dijo:

—Orina, estos sádicos quieren observar cómo meas. Ahí mismo, agachada como estás.

Hubo risas y aplausos

—Sí, orínate, perra

—Venga, nunca he visto a una pelirroja orinar

Rubi se arrepintió de haberle notificado al negro que deseaba orinar y no tuvo más remedio que complacerlos. Breves segundos después, una línea de orina caía en el asfalto mientras Rubi se mantenía con los ojos cerrados.

Nuevamente se oyeron risas pero esta vez el centro de atención fue Miguel, uno de los tantos hombres que formaba el grupo. Este se había excitado tanto por ver a la joven orinar que terminó eyaculando y todos se dieron cuenta.

—Hija de puta —dijo mientras eyaculaba al borde de la acera—, mira lo que generas, zorra.

Las carcajadas se acentuaron

—Maldito precoz, no aguantas nada —le dijo Serch desde la distancia.

Miguel fue motivo de burlas durante unos segundos, incluyendo Rubi aunque para sus adentros. Su novio tenía el mismo problema, aguantaba poco y siempre que llegaba al orgasmo caía rendido de agotamiento y sueño.

Serch decidió que era suficiente espectáculo, no tenía pensado compartir a la preciosa muchacha con sus compinches, a menos que la joven le decepcionara. Tomó el vestido que había quedado encima de la puerta del maletero y se lo entregó a Rubi.

—Vístete, nos vamos.

Los hombres oyeron y empezaron a quejarse al tiempo que veían a la joven subirse de nuevo la tanga y ponerse nuevamente el vestido.

—Venga, Serch, qué pasa, hombre, no seas aburrido

—Sí, Serch, no seas aguafiestas, comparte a esa preciosura con el grupo.

Todos reclamaron, pensaron que sería una noche interesante en la que iban a disfrutar de todos los orificios de la bella muchacha. Serch era el jefe de todos ellos y en ocasiones anteriores había llevado a un par de chicas raptadas a las que violaron en grupo, eso sí, siempre vigilados por él que se aseguraba de que no fueran a extralimitarse.

—Puede que más tarde, aunque no les aseguro nada —les dijo Serch.

Le tenían un enorme respeto. Serch era un hombre inteligente, bien hablado, tanto que no encajaba entre ellos, casi todos flácidos y de mal aspecto, drogadictos, dados al licor y malolientes. Era el cerebro de los delitos que solían llevar a cabo y en todos habían tenido éxito, gracias a él.

Tomó a Rubi de la mano y se encaminó con ella por una vereda despidiéndose del grupo.

Ella caminó junto a él, cabizbaja, agradeciendo a Dios en silencio, pues, sentía que era Dios quien la había sacado de aquel foso de leones hambrientos aunque seguía en manos de su captor sin saber a dónde la conducía. Recordó lo que le había dicho este durante el trayecto en el auto: «No eres la primera», «hubo algunas que quisieron pasarse de listas y les fue muy mal». Ya sabía a lo que se refería con eso. Su grupo de amigos. Si ella no era la primera y a otras les había ido mal no significaba otra cosa que ser violadas por esa manada de degenerados antisociales.

—Ahora conocerás mi guarida y recuerda lo que te dije: si me haces molestar no dudaré en entregarte a estos desadaptados.

Rubi guardó silencio y cual sumisa se mantuvo tomada de la mano de su captor, como dos enamorados. Caminaron un poco más a lo largo de la vereda, una mujer adulta reconoció a Serch y le saludó desde la puerta de su pieza, lo mismo hizo un hombre de avanzada edad del otro lado de la vereda. Saludó a ambos y luego entró con la joven por un pasillo hasta dar con una puerta de hierro.

—Aquí es donde vivo —dijo el negro.

Quitó el seguro a la puerta metálica y la invitó a pasar. Rubi muy obediente ingresó a la pieza, Había una cama matrimonial al fondo, un pequeño refrigerador, una cocina, una lavadora y demás cosas de uso personal. Hacia la derecha había una puerta de madera, la del baño.

Era una habitación de aspecto muy humilde, típico de las personas que residen en barriadas. Ella era una joven de clase media, acomodada, nunca en su vida había estado en una habitación de gente de bajo strato social, la diferencia era considerable.

Oyó el ruido de la puerta cerrarse y al darse la vuelta hacia él este la tomó del vestido y se lo quitó nuevamente lanzándolo a la cama, lo mismo hizo con la tanga y ella no ofreció ninguna resistencia a tal humillación.

Se quedó frente a ella observándola de arriba abajo.

—Eres una belleza de mujer. Qué buenas caderas tienes.

Rubi no supo que decir pero se sonrojó por el cumplido, nadie le había hablado de ese modo, nadie la había mirado como ese hombre lo hacía.

Empezó a manosearla nuevamente, mordió levemente sus hombros, lamió su cuello y al llegar a su boca la besó profundamente y ella se vio obligada a corresponder al beso. El hombre besaba demasiado bien, tanto que el beso le produjo una leve excitación pero este apartó su boca y continuó explorando su cuerpo. Chupó sus pechos al tiempo que los amasaba con sus grandes manos, luego se los pellizcaba mientras volvía a besarle profundamente. Literalmente se tragaba su boca, pues, la boca del negro era grande y amplia.

Le hizo señas y ella entendió, se agachó y empezó a succionar el enorme pene. Esta vez lo hizo mucho mejor, dedicándose a satisfacer al hombre, no quería vivir la humillación de ser violada en grupo así que comprendió que lo mejor era complacer al jefe, ese era el menor de los males.

Se afanó en chuparle bien la verga, se produjo arcadas ella misma con toda la intención de agradar a su raptor y que este se desentendiera de la idea de compartirla con sus desagradables amigos.

—A la cama —le hizo señas

Ella se levantó y se dirigió hacia la cama recostándose boca arriba.

Serch se inclinó hacia ella y metió toda su cara en su sexo.

—Mira como me como tu coño sabor a orina, a dioses, a sexo, tienes un coño delicioso.

Los siguientes minutos Rubi experimentó un gran placer, el negro se destacó chupándole el coño de todas las formas posibles lo que generó en ella satisfacción absoluta.

—Gime con libertad, entrégate al placer —dijo el negro en una pausa.

No se detuvo hasta que sintió que la joven se estremecía alcanzando un leve orgasmo.

En ese momento se levantó, se subió a la cama y la penetró con brusquedad.

—Por favor —suplicó ella

—Dime

—Ponte condón, te lo pido

—Estás loquita, preciosa. Voy a metértela a pelo, relájate.

Rubi gimió nuevamente y notó que el grueso pene del negro entró con absoluta facilidad en su coño, se sintió completamente llena a pesar de que aún quedaban centímetros de pene fuera.

El negro la penetró a un ritmo alocado haciéndola gemir sin descanso. Quedaron cara a cara, ella abierta de piernas recibiendo las embestidas del musculoso hombre que disfrutaba y gemía placenteramente.

La puso a cuatro patas, ahí mismo en la cama y volvió a penetrarla con ímpetu. Rubi la estaba pasando bien con el negro, tanto que deseó el orgasmo y lo consiguió. Semejante polla la violentaba como ella siempre había deseado, con fuerza, con determinación, llenándola completamente, produciéndole sensaciones que nunca antes había experimentado con sus amantes. El negro la tomó de la cintura con fuerza y estrellaba su verga dentro del coño de tal forma que ella sentía que le golpeaba el mismísimo estómago. El ruido del vaivén de semejante verga en su coño la excitaba, el golpeteo de la ingle del negro en su amplio trasero era la música de fondo en aquella humilde habitación.

Rubi se estremecía cada segundo transcurrido, su vagina nunca se había mojado tanto, se oían los chasquidos producto de los fluidos, de la fricción entre sexos, del contacto repetitivo entre ingle y nalgas.

El negro era una máquina, no paraba de abusar de ella y de generarle gran placer a la muchacha que olvidó por un momento su humillante situación, el placer se apoderó de ella, experimento una cadena de pequeños orgasmos, uno tras otro. Perdió la noción del tiempo aunque sabía que habían pasado varios minutos y la bestia que abusaba de ella parecía no conocer el agotamiento.

Se acostó en la cama y la invitó a cabalgar sobre su verga a lo que ella reaccionó con naturalidad. Comenzó a cabalgar la grosera verga y en esa posición volvió a correrse, esta vez su orgasmo fue mucho más agudo que los anteriores. El negro disfrutó del bello rostro de la muchacha estremeciéndose por completo y gimiendo como una perra en celo.

—Vuelve a correrte —le dijo el negro.

Rubi continuó cabalgando al negro que de vez en cuando tomaba el control cuando ella sentía agotamiento.

Ambos sudorosos con el cuerpo brillante decidieron cambiar de posición, ahora actuaban como dos enamorados, siendo cómplices de las posturas. La volvió a poner en cuatro y la embistió con fuerza una vez más. Rubi gemía de placer, agradecida de que semejante bestia la estuviera llevando al mismísimo cielo en cada embestida.

—Dilo, admítelo. Nadie te había hecho sentir tan mujer como yo.

Rubi guardó silencio aunque le dio la razón al negro. El desgraciado era un buen polvo.

Este continuó embistiéndole durante otro rato más, Rubi le sobrevenían temblores de placer pero el negro no se detenía, cada vez la penetraba con más violencia sabiendo que la joven estaba en la gloria.

Volvieron a cambiar de pose, sería entonces la última. Quedaron nuevamente cara a cara en la cama, él encima de ella clavándola sin misericordia, esta vez la enorme verga entró completamente produciéndole dolor y placer a la muchacha que disfrutó la agresiva penetración.

Fue en esa intensa y violenta penetración en que el negro no aguantaría más y adivinó que en pocos segundos terminaría eyaculando así que sin detener las embestidas la besó profundamente una vez más hasta que sintió que se corría. Se levantó ágilmente, buscó el rostro de la muchacha y le bañó la hermosa cara de abundante semen. El negro gemía del dolor que le producía la desmesurada eyaculación, la cara de la pelirroja quedó tan embadurnada de semen que no pudo abrir los ojos.

—Dúchate —le dijo—, debo llevarte de vuelta.

Rubi obedeció. Mientras se duchaba rogó a Dios que el hombre no estuviera mintiendo, le aterraba la idea que al salir de allí él la entregara a sus amigos que sin ninguna duda estarían esperando por ella.

Cuando estaban a punto de abandonar la habitación ella, ante la duda que le carcomía el pensamiento le preguntó:

—¿Me entregarás a ellos?

—No —dijo él, seriamente. No lo haré, confía en mi.

Salieron tomados de la mano, caminaron desde el pasillo a la vereda, de la vereda al callejón donde aún permanecía el grupo de hombres tomando licor, algunos se habían marchado a sus casas.

Cuando se percataron de la presencia de Serch y de la pelirroja se pusieron alerta esperando la invitación de este, deseando que se las ofreciera pero no sucedió. Serch abrió la puerta del auto a la joven como todo un caballero, luego subió al auto y se marcharon. Sus amigos no dijeron nada, solo dieron la espalda decepcionados de que la la larga espera había sido de balde.

Rubi se había librado de una violación en masa, tenía la corazonada de que el hombre cumpliría su palabra y la llevaría de vuelta al lugar donde la había raptado.

—Ojalá la próxima vez no tenga que raptarte —le dijo él cuando ya estaban a metros del lugar—. Sí, lo sé, soy un degenerado, te he raptado y no has tenido otra opción que someterte a mi pero sé que disfrutaste mucho, demasiado diría yo. Este es mi número —le dijo, entregándole un papel-, dudo que me llames pero si lo haces me aseguraré de que pases la segunda mejor noche de tu vida.

Habían llegado al lugar, Rubi esbozó una sonrisa forzada y bajó del auto, incrédula de que el hombre que acababa de violarla la hubiese traído de vuelta. El hombre se marchó y Rubi siguió pensativa, no dando crédito a lo que acababa de experimentar. Acababan de abusar de ella, lo había permitido sin ofrecer resistencia alguna, lo había disfrutado y por absurdo que le pareciera sintió extrañar a su raptor.

Al día siguiente había superado el síndrome de Estocolmo que la mantuvo en vela durante la madrugada. Era cierto que había disfrutado, había experimentado con él el mejor polvo de su vida pero a pesar de ello no iba a permitir toparse de nuevo con él. Tocaba guardar el secreto y seguir adelante con su vida. Le sería imposible borrar tal experiencia de su cabeza, una experiencia humillante, aterradora y al mismo tiempo placentera. Le tomaría un buen tiempo digerir lo que le aconteció aquella noche, tiempo en el que Serch continuaría con sus fechorías saliéndose con la suya.

Eran más de las 20:00 cuando finalmente llegó a su departamento, exhausta por el arduo día de trabajo. Había sido una jornada agitada y llevaba días considerando seriamente la posibilidad de renunciar. Administrar aquel local de comida resultaba agotador, especialmente por tratarse de un establecimiento muy concurrido en pleno centro de la ciudad. A ella le correspondía la tarea de atender y despachar pedidos, su jefe le daba apenas un pequeño respiro de 30 minutos a mitad de jornada. Era un continuo flujo de pedidos y clientes, Se preguntaba cómo harían sus compañeras, a quienes les tocaba la labor de cocinar hamburguesas, papas y demás platos. Si ella terminaba la jornada agotada, ni quería imaginar cómo estarían sus compañeras al final del día.

Le quedaba poco más de un año para completar sus estudios universitarios, lo cual significaba que tendría que soportar un poco más su trabajo a tiempo parcial. Había obtenido este empleo gracias a la recomendación del novio de una compañera de estudios, pero en el fondo anhelaba su antiguo trabajo en una tienda de teléfonos móviles. ¡Oh, sí! trabajar allí era sinónimo de tranquilidad y relajación hasta que renunció.

Dejó las llaves sobre una mesita junto a la puerta y, sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia su amplio y cómodo sofá, donde se dejó caer suavemente, estirándose como si estuviera a punto de entregarse al sueño. A pesar del dolor en sus pies y tobillos, ni siquiera se molestó en quitarse los zapatos. Su novio, con quien lleva pocos días vendría a visitarla esa noche, así que en cuestión de minutos planeaba darse una ducha y arreglarse para lucir hermosa cuando él llegara.

Mientras yacía en el sofá, debatiéndose entre la tentación de entregarse al sueño y la necesidad de levantarse para darse una ducha, el sonido persistente de alguien golpeando la puerta la interrumpió. Aunque no deseaba abandonar su cómoda posición, los repetitivos golpes en la puerta la obligaron a hacerlo.

Abrió la puerta sin entusiasmo, luciendo un gesto somnoliento, y se encontró frente a ella con un hombre de piel mulata, alto y delgado, que la saludó como si la conociera:

—¡Hola, preciosa! —saludó el hombre delgado, con una amplia sonrisa en la que se notaba claramente la falta de cuidado en su dentadura—, ¿te acuerdas de mi?

A primera vista, ella no logró reconocer el rostro de aquel hombre; no le resultaba familiar en absoluto. Sin embargo, a medida que pasaban los segundos, tuvo una ligera impresión de haber visto a ese hombre en un pasado no tan lejano.

—¿No me invitas a pasar? —agregó el hombre al darse cuenta de que Rubi no lo reconocía y percibir su gesto como si estuviera a punto de cerrarle la puerta en la cara.

—No, yo a usted no lo con…

Sin dejarla acabar la oración, el hombre se abalanzó sobre ella y en cuestión de segundos pudo dominarla, sujetándola por detrás y tapando su boca para evitar que pidiera auxilio. Rubi se dio cuenta de que posiblemente estaba ante un secuestrador o violador por lo que inmediatamente comenzó a luchar con todas sus fuerzas pero mientras intentaba zafarse de los brazos de su captor vio como fueron entrando más hombres a su departamento, uno tras otro hasta que se vio rodeada por cinco hombres, incluyendo al primero que la había dominado.

Rubi sintió que el corazón -de lo rápido que bombeaba- se le saldría en cualquier momento, aterrada por la situación. Los cinco hombres ahora intentaban controlarla y someterla por completo. Uno de ellos cerró la puerta y al volver le arrancó la franela negra que cargaba puesta. Así mientras unos la sujetaban, otros se encargaban de arrancar a las malas las prendas que cubrían su hermoso y deseable cuerpo. La falda blanca fue despedazada en cuestión de segundos, le jalaron el brassier que cubría sus pechos en un santiamén, sus zapatos de tela también se los desprendieron, la querían completamente desnuda y lo consiguieron en poco tiempo.

Rubi continuaba su lucha contra la manada de hombres que apenas la despojaron de su vestimenta la manoseaban por todo el cuerpo con gran sadismo. Mientras uno la sujetaba por detrás y jalaba su cabellera rojiza, un par de ellos la tomaban de los brazos, uno ya estaba metiéndole los dedos en su coño, el otro golpeaba sus pechos con fuerza hasta dejarlos enrojecidos. Aquellos hombres tenían muy en claro a lo que fueron y les había tomado menos de un minuto dominar a Rubi, desprenderla de su ropa y manosearla a su antojo.

—Esta noche serás nuestra zorra —dijo uno.

—Sí, quieras o no —dijo el que castigaba sus pechos con palmadas y pellizcos.

—De rodillas, puta —dijo el que de ellos tenía más autoridad.

A continuación, la soltaron amenazándola de que le iría peor si no obedecía a sus bajos instintos.

Rubi, en lugar de gritar y pedir auxilio se arrodilló en la alfombra que adornaba los muebles de su propia sala de estar y se dio cuenta de que estaba rodeada de hombres negros y mulatos, en fin, hombres de piel oscura, altos todos y también flácidos y de mal aspecto.

Pero no se había arrodillado por cuenta propia, uno de ellos aún la tenía tomada de sus rojos cabellos y se mantenía dándole indicaciones si no quería que le fuera peor.

Uno ya se había desnudado por completo, el otro tenía el pantalón apenas desabrochado y se jaloneaba la verga negra ya erecta, otro tenía los pantalones a la altura de los tobillos, en fin, todos la rodeaban, todos deseaban verla haciéndoles felaciones.

Rubi aún se resistía a dejar que ellos se propasaran pero lo hacía con menos intensidad. De repente se vio frente a uno de ellos que insistió e insistió hasta que logró meterle la verga en la boca sujetándola de la cabeza.

—Traga, hermosa puta, te las comerás todas esta noche.

Luego de que este se entretuvo unos segundos disfrutando de la boca de la hermosa pelirroja se acercó otro y exigió su turno. Tres minutos transcurrieron y Rubi continuaba de rodillas, los cinco hombres se alternaban su boca, la jaloneaban de su larga y hermosa cabellera, pellizcaban sus pezones y palmeaban sus pechos que lucían enrojecidos.

Rubi meditaba su situación mientras el grupo de hombres usaban su boca a placer. Todos los penes eran de piel oscura y largos, unos más gruesos que otros. No la dejaban respirar ni un segundo, como en su trabajo. Salía un pene de su boca y de inmediato tenía otro hombre frente a ella que le introducía con cierta violencia su largo y oscuro pene, ahogándola, haciendo que se desesperase por liberarse del abuso.

Mientras vivía tal abuso se cuestionó por qué, ahora que tenía la posibilidad de gritar, no lo hacía, sino que recibía en su boca los penes de los cinco hombres hasta el punto en que comenzó a olvidarse de que la estaban sometiendo y se vio así misma en una postura más sumisa.

Los hombres se estaban dando un festín con ella, cuya piel blanca se tornaba enrojecida en las partes que ellos castigaban con pellizcos y palmadas. Los pechos eran los más castigados, habían adquirido una tonalidad rojiza de tantos pellizcos y azotes.

—Qué bien la chupas, zorra. —dijo uno que le hundió la polla hasta ahogarla y ver como brotaba de su nariz una combinación de líquidos nasales y saliva, además de tener los ojos enrojecidos de tanto sexo oral forzado.

A pesar del abuso del que era victima, Rubi experimento cierto tipo de placer durante el intercambio de su boca, los manotazos a sus pechos, los jalones a su cabello, dedos entrando en su coño que se humedecía con el pasar de los segundos y minutos.

De repente se vio tomando en cada mano una polla diferente y masturbándolas mientras un tercero abusaba de su boca y la hacían desesperarse por querer tomar una bocanada de aire.

¿Cómo era posible que estuviera sucediendo, cinco hombres estaban abusando de ella, en su propio departamento, en qué momento iba a pedir ayuda, la escucharían los vecinos?

Los hombres hablaban en voz alta y proferían todo tipo de insultos y obscenidades contra ella, se preguntó si los residentes del departamento de abajo estarían oyendo, o el señor que vivía solo en el apartamento de arriba.

Mientras pensaba en ello sintió cómo su coño fue invadido por una polla negra larga y gruesa y no pudo evitar gemir cuando le permitieron tomar aire.

Uno de ellos se había acostado en la alfombra, ahora ella se encontraba sentada sobre este que la tomaba de la cintura y la hacía cabalgar sobre su gran pene una y otra vez.

Los demás le ordenaban masturbar y chupar sus pollas mientras no paraban de decirle lo puta y zorra que era.

De repente Rubi sintió que ese era el mundo al que pertenecía, llevaba años fantaseando con la posibilidad de ser follada en grupo y estaba sucediendo aunque no de la forma en la que ella hubiese deseado, no con hombres de mal aspecto, desaliñados, flácidos y descuidados, además de estrato bajo sino con hombres de su clase, de su misma categoría y color de piel, hermosos, con buenos cuerpos.

A pesar de que no eran esos los hombres que hubiera deseado la poseyeran, lo estaba comenzando a disfrutar, a pesar de la manera violenta en que la follaban, la obligaban a tragarse sus trozos de carne y también comenzaron a darles fuertes bofetadas en la cara, tanto que su cara se torno tan roja como un tomate.

—Pedazo de puta, te encanta —le dijo uno de ellos que llegó de repente a la sala y la abofeteo varias veces con dureza mientras el que estaba debajo de ella la follaba con frenesí.

Entonces reconoció de inmediato al hombre alto y con muy buen cuerpo que desentonaba de todos los demás.

—¿ Serch? —preguntó ella sorpresivamente al ver al hombre que cuatro meses atrás la había raptado y violado en su guarida, en aquel barrio de mala muerte donde por un momento pensó que la violarían en grupo esa noche.

—Sí muñeca, soy yo, el mejor polvo de tu existencia —dijo Serch.

Ella se sintió apenada ante él, como si le debiera fidelidad a ese hombre que hacía tiempo atrás la había violado, sintió que debía alejarse de estos hombres que la usaban a placer.

— Serch, tus amigos lo han hecho, vinieron a forzarme, libérame de ellos.

Se oyeron risas, hasta Serch soltó una carcajada.

—No seas mentirosa, estás follando con ellos porque en el fondo eres una puta.

—No, Serch, no soy así, diles que se vayan.

Serch continuó abofeteándola hasta quedarse a un lado observando, dándole ordenes a los demás.

Uno de ellos se acostó y pidió que se la subieran encima, entre tres la llevaron a esa posición en la que queda encima del hombre y cara a cara. Otro de ellos se colocó detrás de ella que adivinó sus intenciones.

—No, no me hagan eso, nunca he hecho anal, mucho menos una doble penetración.

—Cállate, mentirosa, todas las pelirrojas son unas putas, de hecho, son las más putas de este planeta —dijo Serch.

—Sí, eso es así —dijo otro de ellos—, las más putas y calienta vergas.

Se oyeron risas mientras el que quedó debajo de ella la follaba con ímpetu animando a uno de sus compañeros que le diera por el culo.

—No, no, no —rogó Rubi —, no por ahí, se los pido.

Pero no le prestaron atención a sus súplicas y de repente se vio inmersa en una doble penetración alocada, sus hoyos fueron ocupados por dos largas y gruesas pollas, una más negra que otra pero igual de grande como para estremecerla y llevarla a la locura.

—No, no, no —continuó rogando ella pero al sentir el movimiento frenético de las dos enormes pollas ocupando y violentando sus agujeros sintió placer.

—Dios mío, me están violando pero…

—Pero qué puta, pero qué —dijo uno de ellos.

—Me encanta —dijo Rubi con la voz entrecortada.

—Zorra, eres una zorra —dijo Serch.

Los hombres al ver que Rubi se entregaba al placer fueron más violentos con ella y la doble penetración se convirtió en un espectáculo muy morboso, Rubi gemía de dolor y placer y los dos hombres jadeaban y gozaban cada uno en el hoyo que le correspondía

—Qué hija de puta —decían los demás mientras le daban fuertes nalgadas y palmadas en la espalda le pellizcaban los pezones, le daban bofetadas y hasta escupían su cara.

—Zorra, hija de puta, como te encanta, ¿no es así? Dilo.

—Sí, sí, me encanta lo que me hacéis, desgraciados aunque me duele, me duele la polla que está en mi culito, hazlo más suave, por favor.

—Cállate —dijo uno de ellos y le metió la polla en la boca enmudeciéndola y haciéndola desesperarse por intentar tomar aire.

Uno de ellos se sentó en el sofá y pidió que se la trajeran

—Es mi turno, me la quiero follar aquí, subídmela.

Eso hicieron, los que la habían estado follando se levantaron y los demás cargaron a Rubi y la sentaron encima del que estaba en el sofá.

—Me toca a mi darle por el culo —dijo Serch.

Rubi, al escuchar la voz de Serch nuevamente y conocer sus intenciones se negó:

—No tú no, Serch, tú la tienes muy grande.

Se oyeron risas

—Te va a gustar —respondió Serch entre risas.

—No, Serch, te lo pido por lo que más quieras.

El hombre semiacostado en el sofá la follaba con gran placer al mismo tiempo que le chupaba los pechos y le mordía los pezones con intención de hacerle un poco de daño y hacerla chillar de dolor.

Serch se posicionó detrás de ella y ella quiso liberarse, no estaba dispuesta a dejar que Serch le hiciera anal.

—No, Serch, no lo soportaré.

Pero fue inútil, Serch se posicionó detrás de ellas y en cuestión de segundos su enorme polla fue introduciéndose en ella que empezó a suplicar que la dejaran en paz

—Deja de moverte, zorra —decían todos mientras la sujetaban del cabello y manos, porque Rubi ofrecía mucha resistencia.

Serch la penetró y logró llegar al fondo de su recto y Rubi gritó de dolor y placer

—Por favor, paren, paren, esto es demasiado.

—Demasiado placer, pedazo de puta —dijo Serch —, admítelo.

Y la doble penetración se volvió insoportable, Rubi gritaba, sentía dolor y placer agudo pero a medida que la violentaba el placer se incrementaba y Rubi se quedó como privada y los labios comenzaron a temblarle, sintió miedo, pues no pudo formular palabras, la doble penetración la llevó a un estado como en trance en el cual permaneció durante más de un minuto, pensó que moriría y tanto Serch como el hombre que le daba por el coño no pararon, continuaron entrando en ella sin compasión y Rubi deseaba que pararan, sentía como si tres orgasmos en uno se aproximaban y no podría aguantar la intensidad.

Entonces oyó que tocaban la puerta pero no podía hablar y los dos degenerados que la violentaban no se detenían

—Poooor, faaaa, voooor —decía con voz entrecortada—, deeee, jaaaad, meeee.

De repente le sobrevinieron los orgasmos y entró en locura, le temblaron las piernas, los labios, se babeó, sintió desmayarse pero al fin pudo gritar.

—Deeee, jaaaad, meeee, deeee, jaaaad, meeee que tocan la puerta.

Pero Serch continuaba rompiéndole el culo y la puerta volvió a escucharse con más fuerza

—Dejadme, dejadme —logró articular esta vez.

Entonces se dio cuenta de que estaba despierta. Se había quedado dormida, la puerta continuaba siendo golpeada.

— Rubi, ¿estás ahí? —dijo una voz masculina detrás de la puerta.

Reconoció la voz, era su novio.